jueves, 29 de junio de 2017

Manolo

Eterno enamorado de la vida
que le hizo a "trece rosas" su soneto;
Él es como un hermano a quien respeto,
fue el mentor de mi tinta distraída.

Era el café, temprano en la mañana,
que se enfrió por dimes y diretes
hasta quedar la borra en los tapetes
que confiscó la guardia de la aduana.

Confidente de tantas amarguras,
la palabra oportuna y la amistad
(que quizás la cansó mi soledad)
y por eso escaló otras alturas.

Solo puedo decirte, don Manolo,
que extraño tu café. Me siento solo.


Jsoe Batazos 

He tomado partido por Gimeno 
porque escala las cumbres del abrazo,
donde ignora las leyes del terreno,
pues la pifia o te escribe un sonetazo.


Los retos le parecen algo ajeno,
no les echa a las normas ni un vistazo;
Manolo es un poeta dulce y bueno,
pero, a veces, leerlo es un coñazo.

Aunque aprende de acentos y de tildes,
sigue siendo el mayor de los humildes.
A quien ose tocarlo lo maldigo.

A menudo confunde "bes" con "uves",
él tiene la gramática en las nubes
y, a pesar de sus fallos, es mi amigo.


María Rosales Palencia. 

domingo, 11 de junio de 2017

Corona de sonetos por el grupo:
Malditos Bastardos.

Dedicada a Antonio Machado.

Soneto madre

Tuvo mi corazón, encrucijada
de cien caminos, todos pasajeros,
un gentío sin cita ni posada,
como en andén ruidoso de viajeros.


Hizo a los cuatro vientos su jornada,
disperso el corazón por cien senderos
de llana tierra o piedra aborrascada,
y a la suerte, en el mar, de cien veleros,


Hoy, enjambre que torna a su colmena
cuando el bando de cuervos enronquece
en busca de su peña denegrida,


vuelve mi corazón a su faena,
con néctares del campo que florece
y el luto de la tarde desabrida.


Antonio Machado


Soneto I


Tuvo mi corazón, encrucijada
de recuerdos y enfáticas opciones,
una súbita pena atravesada
al evocar antiguas pulsaciones.


No comprendió el latido apenas nada
en la etapa de aciagas decisiones,
allá donde la duda estuvo anclada,
aguardando respuesta a sus cuestiones.


Elegir entre crónicas dispares
le llevó a los difusos paraderos
en que el sino quebraba sus pilares.


Ignoró los cadalsos venideros,
pues vio las perspectivas similares
de cien caminos, todos pasajeros.


Soneto II

De cien caminos, todos pasajeros,
convergen en mi mente mil vivencias,
mil sueños destrozados, mil te quieros,
mil tristes despedidas, mil dolencias,


que transcriben en versos los jilgueros;
y siento que me invaden las presencias
de cien pobres mortales, limosneros,
arrastrando costales de impotencias.


Me asalta, despiadado y contundente,
cargando a paso lento sus lesiones
al son de una canción desentonada


que suena en mi interior constantemente,
desvelando ante mí sus frustraciones,
un gentío sin cita ni posada.


Soneto III

Un gentío, sin cita ni posada
traspasaba las últimas fronteras
de una España llorosa, ensangrentada,
que lleva de estandarte sus quimeras.


Vinimos de una tierra desgarrada
por el odio, la guerra, por las fieras
y partí con tristeza en la mirada
al encuentro de nuevas primaveras.


Albergué pensamientos en la mente
de aquellos que lucharon en la vida
con el honor que claman los guerreros.


Con brazos que sostienen al doliente,
me fugué con el alma malherida
como en andén ruidoso de viajeros.


Soneto IV

Como en andén ruidoso de viajeros,
perseguían mis pasos la amarilla
puesta del sol en busca de luceros
para alumbrar la oscura y vaga orilla.


Sepultada en los humos de los meros,
mi existencia de ensueños, tan sencilla,
vio morir a sus frutos prisioneros
sin ver el resplandor de su semilla.


Ahora, con la luz de intenso amor
y en mi pecho una aurora defraudada,
olvido toda muerte y el dolor


que brotaba de mi alma enamorada,
pues la viva esperanza, sin temor,
hizo a los cuatro vientos su jornada.


Soneto V

Hizo a los cuatro vientos su jornada.
Mi fe burló renuncias y derrotas,
y a piélagos peinó su risa alada
con alas de ilusión fieras e ignotas.


Fue ariete de la luz de la alborada,
y, en el salve del mar, las densas gotas
bautizaron su piel ensimismada
con un vaivén de espumas y gaviotas.


Llevaba el fiel pendón de los afanes
y el más honroso pan entre los panes
a las mesas de sueños traicioneros.


Mas no hay tiempo que vuelva o retroceda,
después de amar y amar, tan solo queda
disperso el corazón por cien senderos.


Soneto VI

Disperso el corazón por cien senderos,
probó de cada uno sus sabores;
y, mientras se llenaba de agujeros
en cada despedida, dejó flores.


No le importaba si eran verdaderos
aquellos que ofrecían sus amores;
cien veces se entregó casi que en cueros,
sin dejar un espacio a los temores.


Y, cuando el sol cayendo en el paisaje
le anuncia que la parca ya se acerca,
insiste en disfrutar de la mirada


que sabe despertarle su coraje,
libando de la rosa dulce y terca
de llana tierra o piedra aborrascada.


Soneto VII

De tierra llana o piedra aborrascada,
soy aluvión de arena en el bajío,
la patria de la bula enmarañada,
el luto del flamenco y su quejío.


El suelo en la marisma abandonada,
la suerte del burlón yerto de frío
en boca de una triste madrugada
al pairo en una barca junto al río.


Así mi corazón, abismo y soga,
disfraza sus sentidos prisioneros,
en esta cárcel que su paz ahoga.


No pide sino al cabo conmoveros
con esta pátina de mar que boga,
y a la suerte, en el mar, de cien veleros.


Soneto VIII

Y a la suerte, en el mar, de cien veleros
apuesto el fiel destino de mis pasos,
ese largo camino de luceros
con que siembran las noches los ocasos.


Me enfrento con mis miedos más sinceros
ocultos en la piel de los fracasos,
y en mi andar por los múltiples eneros
compruebo que los dones son escasos.


Mi viaje es gran duelo caprichoso,
enredado en las mil bifurcaciones
que no dejan sus huellas en la arena.


Un paseo cansado y silencioso
donde vuelan sin fin las ilusiones,
hoy enjambre que torna a su colmena.


Soeto IX

Hoy, enjambre que torna a su colmena
cuando la noche vuelve a sus entrañas,
otro mundo renace y envenena
y hasta al propio sol cierra las pestañas.


Va perdiendo el orgullo la voz plena,
la paz del río ondea entre las cañas,
rige el silencio, príncipe en su almena,
hoy camino al albor de almas extrañas.


Tanta belleza ahoga mi recelo,
me rindo ante su esencia más oscura,
si hasta el color más vivo palidece


cuando el atardecer se acerca al suelo,
y las chicharras sitian la cordura
cuando el bando de cuervos enronquece.


Soneto X

Cuando el bando de cuervos enronquece,
el agua en los terrones se hace esclava,
la falda en la montaña reverdece

con la linfa de lluvia, pronta y brava.

El tiempo con sus horas enloquece
y a paso de gigante se deprava,
agota juventudes y florece
la vejez que se enquista y que se agrava.


Las manos se hacen duras, quedan rotas,
banderas de ilusión son tan remotas
que arrasan con el hoy en presta huida.


Es entonces la nieve en la montaña
la que pule la arruga y se enmaraña
en busca de su peña denegrida.


Soneto XI

En busca de su peña denegrida,
oculta y olvidada en la espesura,
se refugió del mundo y de la vida
mi corazón hendido de amargura.


Por mucho que la busque, está perdida.
Se la llevó los años, su figura
jamás regresará, que la partida
es algo inevitable -¡Qué locura


comete quien intenta regresar
a un tiempo ya pasado, necio idiota!-
me dije reventado por la pena


y convertí el presente en nuevo hogar.
Aunque el dolor me rompa, no es derrota;
vuelve mi corazón a su faena.


Soneto XII

Vuelve mi corazón a su faena
reconstruyendo, torpe, los pedazos,
y circunda la mar, de luna llena,
la línea dibujada con sus trazos.


Desprende su aura tanta, tanta pena,
que es hidra que sofoca en sus abrazos,
tentáculo de sal, amor de arena,
uncido a la razón de antiguos lazos.


Y deseo diluir con tu figura
el calor que infundiste en mis entrañas
potenciando la noche que amanece.


Se impone un rictus pleno de amargura
mientras se unen sombrías telarañas
con néctares del campo que florece.


Soneto XIII

Con néctares del campo que florece
y alardea la luz con mil cabriolas,
vuelve el aire del mar, que me estremece
con el aroma a sal y a caracolas.


Vuelve el aire del mar y me parece
que me voy disolviendo y que las olas
acarician el duelo que entorpece
este ir y venir de carambolas.


Y, si me subo al monte a ver el río,
me embarga la emoción que me rodea:
los guijarros al sol llenos de vida.
.
Mas, si aparece el cierzo en el plantío,
confluyen la nostalgia y la marea
y el luto de la tarde desabrida.


Soneto XIV

Y el luto de la tarde desabrida
se acerca por el viento de poniente,
trayéndome esa brisa indefinida
que aplaca las miserias del creyente.


Te vi zurciendo el mar, de luz prendida,
dejándole en la espuma tu simiente.
Te veo, ante el altar, desguarnecida,
serena, firme, impávida y valiente,


rogándole a los dioses de las sombras
que dejen a los duendes del camino
velar, en los senderos, mi pisada,


e impidan al taimado, a quien no nombras,
llegar a esa terrible, cuyo sino
tuvo mi corazón, encrucijada.


Autores:

1- María Rosales Palencia

2- Luis Salvador Trinidad
3- Manolo Gimeno Cervera
4- Teresa Amado Nervo
5- Mardy Mesén Rodríguez
6- Helena Restrepo
7- Enrique Sabaté
8- Tere Bas
9- Juan Risueño Lorente
10- Carlos Corredor Camara
11- Luis Valero de Bernabé
12- Inmaculada Nogueras Montiel
13- Teresa Fernandez
14- Marcos Circenses

Con la colaboración de Mar Garcia.